martes, 23 de noviembre de 2010

El tronco del capitán

Con el huracán, la mierda se nos vino encima como un torrente impetuoso, de ahí que yo optase por hacerme a la mar y buscar al pirata. Siendo idea más que hombre, sabía que encontrarlo sería una tarea difícil. Su elusiva figura no se quedaba mucho tiempo en un mismo lugar. En cada puerto en que encallaba preguntaba por él, sólo para enterarme que en efecto ahí había llegado, pillado y ya se había marchado.
Si me preguntaran hoy día por qué lo buscaba, diría que por las mismas razones que Marlow quería acercarse Kurtz en Heart of Darkness. El hombre había lanzado una larga mirada al abismo y vio el horror que en éste yacía. Yo tenía que hacer lo mismo aunque implicara perderlo todo, perder la mente. Es la extraña seducción de las tinieblas. Siempre están ahí; nos llaman. Cualquiera que no esté lo suficientemente enajenado con esta marejada de mierda puede escucharlas. Se nos ofrecen desquiciantemente voluptuosas, pero pocos son capaces de mirarlas sin quedar completamente tostados. Tú sabes, cuando uno queda totalmente fuera de combate, perdido en su propia nube (purple haze). Totalmente desconectado de aquí. Quizá iluminado en un delirio exquisito, pero perdido; irrecuperable para el resto de la humanidad… como Kurtz. “¡El horror! ¡El horror!” Pero el pirata también había mirado a las profundidades y… había vuelto. Cabía esa posibilidad de tener un pie en este lado y el otro más allá; de mirar el coño de la misma existencia y volver. La posibilidad de no ser un pinche Orfeo tío. La clave está en no mirar atrás y confiar en tu respiración. Ella eventualmente te traerá de vuelta a tu cuerpo. Todos los que han estado allí coinciden en ello.
Esta es la bitácora de un bucanero, fraguado en un mar de químicos; alucinado entre alcaloides y terpenos diversos. 

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